La belleza que Dios estima
Basado en 1 Pedro 3:3–6
Recuerdo el día en que, parada frente al espejo, me estab alistando para salir, maquillándome un poco arreglándome el cabello y ese fue en uno de esos momentos simples pero significativos en los que el Espíritu Santo susurró suavemente a mi corazón: “¿Y tu espíritu? ¿También lo adornaste hoy?”
Ese momento vino a mi mente mientras realizaba el estudio de 1 Pedro 3:3–6. En este pasaje, Pedro concluye su exhortación a las esposas con una invitación poderosa: cultivar un adorno invisible, pero de inmenso valor ante los ojos de Dios. No está hablando de peinados, joyas o ropa bonita. Está hablando del corazón.
“Vuestro atavío no sea el externo […] sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.” – Pedro 3:3–4
La belleza que no se marchita
Pedro no está prohibiendo que una mujer se peine o se vista con cuidado. Lo que él señala es que la verdadera belleza, la que permanece, no viene de fuera, sino de dentro. Esa belleza no se compra ni se envejece: nace de un espíritu transformado por Dios, un carácter que refleja mansedumbre y paz.
La palabra “mansedumbre” en griego implica fuerza bajo control, una actitud humilde y enseñable. Y “apacible” tiene que ver con estar tranquila por dentro, confiando en Dios. Ese es el tipo de belleza que no se desvanece, que no necesita filtro ni maquillaje, porque está arraigada en la comunión con el Señor.
El ejemplo de Sara
Pedro menciona a Sara, esposa de Abraham, como ejemplo de esta clase de mujer. ¿Era perfecta? Para nada. Pero ella aprendió a confiar más en Dios que en las circunstancias o incluso en su esposo. Aun cuando Abraham tomó decisiones equivocadas (como cuando la presentó como su hermana en Egipto; ver Génesis 12:10–20), Dios guardó a Sara y recompensó su fe. No era sumisa porque Abraham lo merecía, sino porque confiaba en el Dios que todo lo ve y que todo lo puede.
“Como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza.” -1 Pedro 3:6
Este versículo nos recuerda que la verdadera sumisión no es cobardía, sino una expresión de fe. No es pasividad, es acción obediente hacia Dios, incluso en medio del temor o la incertidumbre. No es callar ante el pecado, sino hablar con respeto y sabiduría, confiando en que Dios defiende a los que esperan en Él.
¿Dónde radica tu belleza?
Vivimos en una cultura que sobrevalora lo visible. Redes sociales, revistas, estándares imposibles… todo grita que debemos ser “más”. Más jóvenes, más delgadas, más arregladas. Pero el llamado de Dios es a ser más como Cristo. A tener un espíritu afable y apacible, un ornamento que no se oxida ni se desgasta, porque proviene de lo eterno.
Una mujer que cultiva ese carácter no solo agrada a Dios: también impacta profundamente a quienes la rodean. Pedro ya lo dijo unos versículos antes: algunas esposas ganarán a sus maridos para Cristo, no por palabras, sino por su manera de vivir (1 Pedro 3:1–2).
Reflexiona
¿En qué cosas estás invirtiendo más tiempo y energía: en adornar tu exterior o tu espíritu?
¿Cómo puedes cultivar hoy un corazón afable y apacible?
¿Qué temores necesitas rendirle a Dios para vivir con confianza y mansedumbre?
Señor, enséñanos a adornarnos con lo que Tú estimas. Ayúdanos a cultivar un corazón manso y tranquilo, que descansa en ti. Que nuestra belleza no dependa de lo visible, sino de tu obra en nosotras. Haznos mujeres que confían en ti como Sara, y que reflejan tu gloria en lo cotidiano. Amén.